María Carlota Amelia Clementina Leopoldina nació en 7 de junio de 1840 en el castillo de Laeken, cerca de Bruselas. Sus padres Leopoldo I de Bélgica y Luisa María de Orléans esperaban la llegada de otro varón pero desafortunadamente llegó la pequeña Carlota en un parto difícil; que por poco acaba con la salud de su madre. El día era soleado y las contracciones empezaron alrededor de las 7 de la mañana, la pobre Luisa María pujó alrededor de 8 horas para que su hija naciera. En el parto Luisa María perdió mucha sangre y los médicos le prohibieron parir de nuevo. La pequeña Carlota llegó al mundo con un gran chillido que impresionó a aquellos que se encontraban en la sala.
Su piel era blanca, sus ojos negros azabache y con el pasar del tiempo su pelo fue cambiando de rubio a negro, y alrededor de los 5 años María Carlota parecía una muñeca de porcelana, blanca como la nieve, con los ojos más oscuros que la profundidad del océano y su pelo negro, ondeante y brillante.
Carlota obtuvo ese nombre gracias a las insistencias de su madre por hacer honor a la difunta esposa de su marido, Carlota de gran Bretaña. Leopoldo no se sentía muy de acuerdo pero cedió ante la sonrisa tentadora de su esposa, que heredaría su hija.
Durante su primera infancia María Carlota podía permanecer horas curioseando a su padre, quien le causaba gran impresión. Y poco a poco él fue enamorándose perdidamente de la inocencia y belleza de su pequeña hija. Tanto así que decidió educarla para gobernar como a todos sus hermanos, sin importar que fuera una mujer. La llamaba tesoro y ella cariñosamente lo llamaba papá Leopich. A los 4 años la llevó a cenar con él y con sus abuelos en Inglaterra y la sentó a la mesa con todos los adultos. La familia se sorprendió gratamente, ya que la pequeña niña se codeaba sin ningún problema entre los mayores y sonreía de tal modo que a todos dejaba encantados.
En el castillo de Windsor Carlota encontró a su prima Victoria quien fue su gran amiga y confidente, a quien admiraba y veneraba profundamente., ella le regaló una casa de muñecas, con la que jugaría de allí en adelante. Sin embargo la futura emperatriz de México encontraba en los juegos con sus hermanos la mayor alegría, cuando jugaban a las escondidas o cuando se deslizaban por el barandal del castillo de Laeken. Ya que ellos se encargaban de hacerla reír hasta que tenía que salir corriendo al baño.
María Luisa, madre de Carlota murió en 1850, cuando Carlota tenía apenas 10 años, debido a una enfermedad que la fue debilitando, ocasionada a raíz de la visita a sus padres y encontrar que su padre Luis Felipe estaba tan enfermo y al borde de la muerte.
Desde entonces el comportamiento de Carlota cambió, ya no juagaba con sus hermanos, permanecía muchas horas taciturna y ensimismada, pero encontraba refugio en el cariño de su papá Leopich, quien al ver el comportamiento se su hija decidió ocuparse exclusivamente de ella.
Su abuela materna había pedido a una amiga suya la Condesa de Hulst que se ocupara de cuidar a su nieta, ella se preocupó por educar a la niña: le enseñó latín, alemán, matemática, geografía, historia, oratoria y literatura. Le aconsejó dedicarse a la equitación y la niña aceptó el consejo.
Carlota se convirtió en una joven seria, refinada, elegante, medida y sus gustos parecían obedecer al de una persona mayor con gran educación. Su manera de hablar, de expresarse, sus gustos y la toma de decisiones.
A los 16 años Leopoldo sintió que era hora de casar a Carlota, su primer pretendiente fue Pedro V de Portugal, pero la joven no mostraba interés alguno por él. Luego Greog, hijo del rey de Sajonia se postuló como marido para Carlota pero ella también lo rechazó con vehemencia. Fernando Maximiliano haría una visita al castillo de Laeken en representación de su estirpe Habsburgo y Carota quedó profundamente enamorada de él. Y en 1857 contrajeron matrimonio convirtiéndose así en Archiduquesa de Austria.
Maximiliano con 24 años, se casó con Carlota por conveniencia, no por amor profundo, sino por que Carlota representaba una mujer intrigante y una estrategia poderosa para su asenso. Sin embargo Maximiliano ya se había enamorado de otra mujer, María Amelia, quien había fallecido 3 años atrás tras una enfermedad.
Maximiliano construyó un castillo en Trieste para su esposa, el castillo de Miramar, donde pasaron años muy felices. Ocupándose de las eventualidades del día a día: banquetes, bailes de gala y eventos sociales.
En 1859 Maximiliano abandonó a su esposa para ir a conocer el nuevo mundo, visitó inicialmente Brasil y en Europa empezó a rumorearse que él disfrutaba su estadía de burdel en burdel.
Maximiliano era un hombre mujeriego; en sus viajes por África y Brasil contrajo gonorrea por esta razón los encuentros amorosos con su esposa eran pocos.
Carlota sentía un gran odio aversión por esta situación. Ya que ella deseaba fogosamente consumar su amor hacia su marido, pero la condición de éste hizo que su pasión se reprimiera y se convirtiera en desaprobación. Sin embargo Carlota seguía profundamente enamorada de él.
Sus años en Miramar fueron tranquilos, Carlota cuidaba los jardines, dibujaba y bordaba flores y paisajes. Pero la mayor satisfacción la encontraba al atardecer en lo veranos, sentada inmóvil en la playa contemplando las olas del mar y escuchando como el agua se mecía. Por lo demás se aburría, se dedicaba a la lectura para pasar el tiempo y realizaba paseos matutinos con su esposo, a quien adoraba profundamente por más de sentir un profundo resentimiento hacia sus impulsos libidinosos. La vida en aquel lugar, aunque grandioso, era monótona, carecía de interés y los días de invierno eran para Carlota eternos y tediosos.
Cuando Napoleón III le ofreció a Maximiliano el imperio de México, se emocionaron por la aventura, mucho más Carlota que su esposo, que disfrutaba el ocio de Miramar. Y emprendieron la aventura, llenos de ilusiones y fantasías que se deshicieron cuando pisaron las tierras mexicanas. Los palacios no eran los de la vieja Europa, las costumbres distintas, la comida picante, las ciudades poco desarrolladas y los habitantes poco letrados. El clima era distinto y las infecciones también.
Sin importar eso Carlota lograba encontrar la belleza en donde aparentemente no existía y se sentía feliz de tener a su esposo sólo para ella, así no tuvieran contacto intimo.
Esta situación duró poco, Maximiliano pronto conoció hombres con los que compartía intereses y con ellos emprendió viajes por todo México para conocer y para, de algún modo escapar de su vida con Carlota.
Mientras Carlota vivía sus primero años en México su padre murió, evento que la convirtió por muchos meses en una mujer sombría, que con el pasar de los días perdía la esperanza. En el 66 murió su abuela materna, golpe que también la derrumbó.
Se enteró también que su esposo estaría próximo a ser padre de un hijo bastardo con una jardinera del palacio.
Mientras tanto Carlota se encargó de gobernar México, siempre elegante y refinada, vestida con trajes sencillos pero estilizados, los colores que más le gustaban eran el azul turquesa y el violeta. Le gustaba usar vestidos sin crinolinas y sentir como el viento pasaba por entre sus piernas. Le apasionaban los sombreros y los collares, los anillos no eran su predilección, al igual que los aretes, pero los usaba para nunca perder elegancia y adornaba su cuello largo con hermosos colgandejos.
Aunque parecía un mujer delicada era una mujer con mucho carácter, sabía cuando decir no y cuando presionar para conseguir lo que quería. Ella se encargó de mantener en orden en su Imperio, el poco que podía. Hizo su mejor labor pero fue inútil.
Napoleón III decidió abandonarlos a su suerte, sin importar el conflicto que se vivía entre las guerrillas, los liberales guiados por Benito Juárez y la corte. Esta última estaba en bancarrota y Carlota desesperada en busca de ayuda cruzó el Atlántico para pedirla, hasta al Papa, y todos se la negaron.
Desde ese momento Carlota entendió que sus enemigos trataban de envenenarla. Por esto empezó a asumir comportamientos extraños y sus hermanos decidieron que debía reposar en su palacio de Miramar antes de volver a México. Es importante saber que antes de partir ingirió toloache, bebida medicinal mexicana que si se toma en exceso puede producir estragos en el organismo.
El 19 de julio de 1867 el pelotón de fusilamiento, que tenía prisionero en el Cerro de las Campanas, en Querétano a Maximiliano acabó con su vida.
Mientras tanto Carlota se había perdido entre episodios de lucidez y confusión, cada vez más abandonada, cuidaba poco de sí, cada vez más flaca, pálida y escuálida, Carlota había perdido lentamente el brillo de la vida.
De Miramar fue trasladada a Laeken, donde mejoraron sus condiciones de salud y sus cuidados también. Su cuñada en 1868 le anunció la muerte de su esposo, ya que su cuerpo estaba próximo a llegar a Trieste.
Desde ese momento Carlota se alejó por completo de la realidad, iniciaron sus tendencias agresivas, tanto así que acusó a su hermano de complotar para envenenarla. Él, indignado la envió a Terveuren, y allí permaneció hasta 1879 porque inició un incendio, cuando lograron rescatarla recordó las cartas del emperador, insistió en ir por ellas pero no se lo permitieron. Su locura entonces avanzó y se arrancaba el pelo, se cortaba, gritaba, pataleaba, hasta que la metieron en una camisa de fuerza y la trasladaron a Bouchout, donde permaneció hasta su muerte, viviendo en el olvido y soñando con el pasado, con su amado Max.
Vivía en la última habitación de la torre del lado derecho del castillo. Era una habitación espaciosa, su cama era cómoda y los barandales eran dorados. Las sábanas blancas y sedosas. A unos pasos se encontraba una mesita con 3 asientos (uno para ella, uno para Max, y uno para sus visitantes). En ella disfrutaba tomar el té recibiendo el sol de la tarde o de la mañana. La mesa estaba tallada en las patas, parecían flores que salían del suelo e iban subiendo hasta llegar a la tabla, que era plana. Los asientos eran cómodos pero angostos.
Del otro lado de la habitación había un sofá largo donde Carlota disfrutaba tomar la siesta. En los últimos 15 años de su vida Carlota disfrutaba pintar los lugares por los que alguna vez había pasado, también se dedicó a bordarle a Maximiliano todo el ajuar para cuando volviera.
Disfrutaba ver a través de una ventana el agua, ver los patos y ver como emprendían el vuelo.
Estuvo la mayoría del tiempo acompañada de damas de compañía que se encargaban de cuidar de su salud, la alimentaban como a un bebé cuando tenia sus peores crisis por la ausencia de Maximiliano. Tenía también un piano, que cuando era más joven tocaba, pero que con el paso de los años se volvió instrumento para acabar con la tranquilidad del palacio. Podía durar horas prendida a las teclas del piano para fastidiar a sus cuidadores, a veces lo golpeaba con objetos o se sentaba encima de él y lo tocaba con la cola. Las damas de compañía sufrían por que a pesar de ser una vieja escuálida tenía fuerza y cuando se rehusaba a cooperar, las mordía, les escupía, les tiraba objetos, las aruñaba y les arrancaba el pelo.
Hacia 1927 Carlota pesaba alrededor de 44 kilos, su aspecto era sombrío, a diferencia de su juventud, se arreglaba poco y no permitía que la arreglaran, sólo ocasionalmente cuando sentía la visita del mensajero, el único objeto que tenía era un collar de plata que Maximiliano le regaló apenas se casaron. Ya había abandonado sus trajes elegantes, los había remplazado por pijamones blancos y beige. Andaba descalza menos en invierno, que utilizaba pantuflas.
Su pelo desaliñado era característico, usaba abrigos pesados sobre sus pijamas cuando se sentía dispuesta a salir. No le agradaba bañarse y comía poco.
Su cuerpo con el paso de los años se fue encorvando, se fue disminuyendo, pero cuando tenía recuerdos repentinos su esqueleto volvía a su posición natural. Arrastraba los pies con una cadencia eternamente lenta. Cuando no tenía episodios críticos era una mujer sonriente y taciturna, se perdía en los paisajes y en los recuerdos.
Carlota murió a sus 86 años, en un día soleado, cuando iniciaba el verano. Murió tranquila en tanto que el sol se ponía, descansaba mientras contemplaba el paisaje y veía acercarse a Maximiliano en su caballo Orispelo, con sus enormes ojos azules bien abiertos y una sonrisa que hacía que el cuerpo de la Emperatriz de México se erizara e imaginara que
ya era tiempo de reunirse con su amado
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